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lunes, 17 de mayo de 2021

LA VII SEMANA DE PASCUA

LUNES

 

Habiendo llegado a Éfeso, Pablo realiza la "Iniciación cristiana" de los creyentes.

 

Es un poco extraño encontrar en aquella ciudad creyentes que "sólo habían recibido el bautismo de Juan" en el Jordán.

 

Pablo les habla del verdadero Bautismo que Juan anunciaba: el Bautismo en el nombre de Jesús.

 

Se vislumbra, en el rito del Bautismo y la imposición de las manos, la unidad de los "Sacramentos de la Iniciación".

 

Reciben la efusión del Espíritu Santo.

 

Con aquellos doce varones la "ecclesia" queda plantada en Éfeso.

 

Pablo se queda en la ciudad durante tres meses, como solía hacer, predicando con libertad el Reino de Dios.

 

Se continúa con el Salmo 67: "Se levanta Dios, y se dispersas sus enemigos".

 

Los griegos y eslavos repiten hasta la saciedad este verso en la Liturgia pascual y acuñan estas palabras en la representación de la Cruz.

 

Al final de la conversación, los discípulos quieren precipitar el tiempo y dicen que entienden cuando no entienden nada.

 

La fe que alardean poseer muy pronto será puesta a prueba en la Cruz: ellos se irán y lo dejarán sólo.

 

Entonces ya no pensarán que Él ha salido del Padre.

 

Con una inmensa ternura y convicción, Jesús les dice que no quedarán totalmente solos, porque el Padre "siempre está con Él".

 

Cuando todo suceda, la muerte y la exaltación, entonces encontrarán la paz en Él, y más aún: tendrán valor en las luchas del mundo, porque sabrán que Él, con su amor, "ha vencido al mundo".

 

 

MARTES

 

 

En la lectura de los Hechos, Pablo se despide de los presbíteros de Éfeso.

 

Las palabras que les dirige son conmovedoras. Son palabras de despedida, revestidas de seriedad, dictadas desde el corazón.

 

Palabras que contienen todos los sentimientos del apóstol, también sus convicciones más íntimas.

 

Los ama realmente, son "sus presbíteros".

 

Ellos ya no volverán a ver su rostro, pero les deja su herencia: su obra evangelizadora.

 

Él se va a Jerusalén, "encadenado por el Espíritu.

 

No sabe cómo será su futuro, pero tiene dos certezas: la primera, que vaya donde vaya, le aguardan "cadenas y tribulaciones"; y la segunda, aún más impresionante: "Para mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumir el ministerio que recibí".

 

En el Evangelio, escucharemos en tres días consecutivos la llamada "Oración sacerdotal" de Jesús, con la cual termina el extenso bloque de la conversación de Jesús en la Cena.

 

Los Padres ya observaron el valor consagratorio de dicha oración.

 

Jesús "levanta los ojos al cielo", como en la multiplicación de los panes (Jn 11,41), y se dirige solemnemente al Padre por Él, por los hermanos y por todo el pueblo santo.

 

Lo hace en la primera Cena, madre de toda Cena, eucarística.

 

Así será siempre.

 

Es el Señor quien como pontífice se dispone a entrar en el santuario del cielo, el Padre mismo, con el sacrificio de la sangre, recuérdese la teología de la carta a los Hebreos, y con el olor suave de incienso (Ef 5,2).

 

La santidad divina, por la ofrenda de Jesús, será comunicada al mundo.

 

Debemos escuchar con mucha reverencia la "Oración sacerdotal" de Jesús: es su "anáfora" sobre nosotros.

 

Continúa el Salmo 67 con la misma antífona: "Reyes de la tierra, cantad al Señor".

 

 

MIÉRCOLES

 

 

En la primera lectura, el final del discurso de Pablo a los presbíteros de Éfeso en Mileto y su adiós.

 

El relato conmueve: oran conjuntamente, se dan el ósculo de la paz y "lo acompañan hasta la embarcación".

 

De las palabras de Pablo hay que resaltar éstas: "Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia, que Él adquirió con la sangre de su propio Hijo.

 

La densidad teológica y ministerial de esas palabras es extraordinaria.

 

También Pablo transmite una perla, una palabra del mismo Señor fuera de los Evangelios: "Hay más dicha en dar, que en recibir".

 

En la "Oración sacerdotal", el Señor reza por los discípulos.

 

Pide al Padre que los guarde en la unidad del amor, fundamentada en la unidad trinitaria misma, y que no los retire del mundo, un mundo que deben evangelizar, aunque deben ser salvaguardados del mundo, que les odiará, y del Maligno.

 

Ellos "están en el mundo", pero "no son" de él, en sentido Juanico.

 

Tal como el Padre le ha enviado, también Jesús les envía y se consagra a sí mismo para que ellos "sean consagrados en la verdad".

 

 

JUEVES

 

 

Pablo, prisionero, es llevado ante los ancianos y el Sanedrín de Jerusalén.

 

El altercado entre fariseos y saduceos vuelve a aflorar.

 

El tribuno se lo llevó al cuartel.

 

Allí el Apóstol escucha la palabra del Señor: "El testimonio que has dado en Jerusalén (…) tienes que darlo en Roma".

 

Es una etapa más de su camino y forma parte de los sufrimientos que el Señor le mostró el día de su conversión: "por causa del Nombre".

 

Fue un largo camino el recorrido por Pablo, un camino que culminará en Roma con el último y mayor testimonio: el martirio.

 

La tercera sección de la "Oración sacerdotal" está dedicada a los futuros discípulos, es decir, a nosotros.

 

Los discípulos de todos los tiempos son un don del Padre para el Hijo y también del Hijo al Padre.

 

Deben permanecer en la unidad y en el amor de la santa Trinidad.

 

Son las últimas palabras del Señor a la Iglesia: desde ahora ya no hablará más, será el Espíritu quien "recordará sus palabras" y la guiará.

 

Todo radica en un conocimiento de amor, de puro amor.

 

Toda la misión del Verbo y del Espíritu radica en esas últimas palabras de Jesús a la Iglesia: "Para que el amor que me tienes esté en ellos y yo en ellos".

 

Este Amor, amor de ambos, es la persona del Espíritu Santo, substancial al Padre y al Hijo.

 

 

VIERNES

 

 

En las iglesias en las que mañana se celebrará la "Misa vespertina de la vigilia" de Pentecostés, es muy conveniente que en la Misa de este viernes se lean unidas las lecturas de mañana, tanto de los Hechos como de san Juan.

 

Las lecturas de estos dos días contienen la conclusión de los dos escritos que se han leído durante la Cincuentena Pascual, y si se omiten las lecturas de la "Misa matutina" de mañana, ambos escritos quedarían sin su conclusión.

 

En la primera lectura, cuando Pablo apela a Roma, es una lástima que se haya omitido el texto precedente, el gobernador Festo presenta su caso al rey Agripa y a su esposa Berenice a su llegada a Cesárea.

 

Tal como hicieron Pilatos y Herodes con el Señor, expone el caso desde el estricto “ius romanem". 

 

Llama la atención que Festo describa a Pablo como alguien que habla "de un tal Jesús que él sostiene que está vivo".

 

El litigio no se ha resuelto y Pablo, que había apelado al César, queda en la cárcel hasta el momento de remitirlo al emperador, es decir, a Roma.

 

En el Evangelio, el último capítulo de Juan (el 21). Jesús pregunta a Pedro si le ama, y se lo pregunta tres veces, porque tres veces había negado al Señor.

 

Al final, de manera conmovedora, Pedro humildemente remite su amor al conocimiento de Jesús: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero".

 

El ministerio apostólico se fundamenta en un acto de amor que abarca toda una vida: "Apacienta mis ovejas".

 

Es toda la existencia de Pedro la que se convierte en un único y sublime acto de amor a su Señor.

  

 

SÁBADO

 

 

Terminamos el Libro de los Hechos.

 

Pablo llega a Roma y queda en prisión preventiva.

 

Incluso en aquellas condiciones "predica el Reino de Dios y enseña todo lo referido a Jesús".

 

Y allí permanece por dos largos años.

 

El relato termina de manera enigmática.

 

Propiamente, el libro de los Hechos no tiene colofón.

 

Algunos sostienen que el libro termina allí donde finaliza históricamente el relato, no hay que narrar lo que todavía no ha ocurrido, pero otros afirman que el libro no tiene final porque cada comunidad está llamada a continuar los Hechos.

 

Es entonces un libro que no quedará terminado hasta que venga el Señor, de la misma manera como se marchó, ante los "viri Galilae", sobre las nubes: "en la gloria del Espíritu Santo" (Hch 1,11).

 

Hasta entonces la misión no terminará.

 

Queda claro que la historia teológica de la Iglesia, la historia de los discípulos, no de la institución, llega a su plenitud en el Reino.

 

También hoy  se  proclama  el  final del Evangelio de Juan: Evangelio del discípulo que "da testimonio y lo ha escrito".

 

Es la figura del "discípulo amado", aquel que se queda siempre, porque "la Iglesia del Amor" precede a "la Iglesia del ministerio".

 

Aquella, significada en "el discípulo amado", es evidente que Jesús quiere que "se quede", no sólo por un tiempo, sino "hasta que yo venga" (Jn 21, 22-23).

 

Es necia la opinión de que Juan no moriría: se trata más bien de que el amor encarnado por el discípulo perdure hasta el final de la Historia.

 

Un discípulo que ama, porque antes es amado.

 

La Iglesia sobrevive a través de él. Él simboliza aquel "permanecer" del amor de Jesús en nosotros: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

De otra forma, la Iglesia desaparecería.

 

Santa Teresa de Lisieux lo describirá así siglos después: "Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que, si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre..." (Manuscrito B, 3vº).

 

Todos los aspectos organizativos y pastorales de la Iglesia no son nada si no permanece en el amor del Señor, como sostienen los místicos, entre ellos San Juan de la Cruz: "el más pequeño acto de amor tiene más mérito a los ojos de Dios y es más provechoso a la Iglesia y a la misma que todas las demás obras juntas" (Cántico Espiritual B 29,2).

 

Este amor es libertad pura; un amor sobre el cual no es lícito interrogar "¿y a ti qué?" puesto que es la libertad soberana del amor que, como "el viento, no se sabe de dónde viene y a dónde va" (cf. Jn 3,8).

 

Sin embargo, a todos el Señor nos dice: "Tú, ¡sígueme!"

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