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domingo, 9 de mayo de 2021

DOMINGO DEL "PERMANECER EN SU AMOR"

 

Como primera lectura se lee la asignada al Domingo VI de Pascua, con su correspondiente Salmo responsorial; en cambio la segunda lectura y el Evangelio pueden ser o bien los de este Domingo VI o bien los correspondientes al Domingo VII.

 

Con la no muy feliz solución, desde el punto de vista litúrgico, de trasladar la Ascensión del Señor al Domingo, hay que advertir que es grave omitir siempre el VII Domingo de Pascua.

 

En este Domingo se lee parte de la "Plegaria sacerdotal" de Jesús.

 

Si se omite por defecto, la asamblea jamás podrá escuchar este importante y decisivo texto del Evangelio.

 

Es altamente recomendable leer este año la segunda lectura y el Evangelio del VII Domingo de Pascua.

 

Nadie puede obligar a las asambleas cristianas a no escuchar nunca la "Oración sacerdotal" del Señor, en la cual, como sacerdote de la nueva alianza pide epicléticamente al Padre el Don del Espíritu Santo.

 

Es su "epiclesis" sobre la Iglesia.

 

"La Oración sacerdotal" de Jesús nos introduce en el Misterio de Pentecostés.

 

El Espíritu Santo es derramado en la casa de Cornelio, otra de las efusiones del Espíritu que se relatan en el libro de los Hechos.

 

Los gentiles entran a formar parte del Nuevo Israel.

 

Si han sido objeto del amor de Dios, el Espíritu, son aptos para recibir el Bautismo.

 

La lectura evoca la antífona de entrada (1 opción) del día de Pentecostés: "El Espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido. Aleluya", no hay que olvidar que estamos en los momentos fundantes de la Iglesia.

 

Con razón y como respuesta se canta el Salmo 97, Salmo real y mesiánico: "El Señor revela a las naciones su salvación".

 

La carta de san Juan contiene la definición más alta de la esencia divina: "Dios es amor".

 

Como amor que es, se ha manifestado como amor gratuito, a cambio de nada, y como el primero en amar, Él siempre tiene la iniciativa.

 

El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en el envío del Unigénito al mundo.

 

Porque nos amó tanto, nos envió al que amaba más: su Hijo.

 

Por lo tanto, "conocer a Dios" y "amarle" es lo mismo: los caminos del conocimiento de Dios son los caminos del amor.

 

La doctrina trinitaria y cristológica no puede ser más alta: Dios es Amor porque Dios es Trinidad.

 

Esto está en clara continuidad con el texto del Evangelio en el cual el Señor nos da el mandamiento del amor.

 

Es un mandamiento nuevo, jamás envejecido, cada día hay que estrenarlo: un mandamiento jamás agotado.

 

Debemos amarnos "como Él nos ha amado".

 

La exégesis sabe que este "como yo os he amado" tiene un sentido causal.

 

En realidad, debería traducirse "porque yo os he amado".

 

Amor que nos sitúa en el ámbito de la amistad con el Señor, "ya no os llamo siervos, sino amigos, amor de elección, preferencia que jamás excluye, y amor que es misión: destinados a dar fruto y "un fruto que permanezca".

 

La importancia del mandamiento nuevo se recalca con su reiteración al final del texto.

 

Todo ello será para los discípulos "permanecer en su amor", como Él permanece en el amor del Padre, y participar de su alegría, una alegría que llegará a plenitud.

 

Para que sea así, Él ha entregado su vida y ha manifestado el amor más grande: "Nadie tiene un amor más grande que el da la vida por sus amigos".

 

La oración de Jesús, llamada "Plegaria sacerdotal", es culminante porque se sitúa en el momento, "la hora" del tránsito de este mundo al Padre.

 

En el Evangelio de este ciclo B aparece la parte central de esta oración.

 

Nosotros debemos comprenderla como la oración de su éxodo de este mundo al Padre por la muerte y la Resurrección.

 

También por su Ascensión y donación del Espíritu Santo.

 

Jesús ruega al Padre que no "nos retire" de este mundo, ya que igual que Él, "tampoco nosotros somos del mundo".

 

La petición de Jesús "conságralos en la verdad" solo puede significar nuestra santificación, operada por el envío del Espíritu Santo.

 

Consagrados por la Verdad, el Verbo y el Espíritu, somos enviados al mundo.

 

Esto se confirma plenamente en la segunda lectura: "En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado el Espíritu".

 

Jamás serán separables el amor a Dios y el amor recíproco.

 

La plegaria sacerdotal de Cristo es su "anáfora" antes de la oblación de su propia persona; Él, que en la Cruz, es "altar, víctima y sacerdote".


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