La fiesta de la Visitación se celebraba antes de la reforma litúrgica el día 2 de julio y se trasladó al día de hoy, entre la Anunciación y el nacimiento de Juan el Bautista, para adaptarla mejor a la narración evangélica según Lucas.
La Orden de los Frailes menores celebraba esta fiesta en el siglo XIII y el Papa Urbano Bonifacio IX (1390) la extendió a la Iglesia Universal.
El día es también una concesión legítima a la piedad popular que dedica el mes de mayo a la Madre de Dios.
El acento litúrgico está puesto más en la "liturgia de júbilo y de alanza" que en la conmemoración de los acontecimientos de la venida del Señor, más propio de Adviento.
Hoy es el día del "Magnificat": la Iglesia es asociada a María, que proclama las maravillas de Dios.
Al mismo tiempo, recuerda que el Señor visita siempre a su Iglesia en la asamblea reunida, cuando celebra los Santos Misterios.
Allí se ejerce la maternidad de la santa Madre Iglesia: en sus sacramentos.
La bella oración de postcomunión lo expresa admirablemente: "Que tu iglesia te glorifique, Señor, por todas las maravillas que has hecho con tus hijos; y así como Juan Bautista exultó de alegría al presentir a Cristo en el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo perciba siempre vivo en este Sacramento".
La promptitud, la "prisa" de María en el camino que sube de Nazaret a Ain Karem recuerda los versos del "Cántico espiritual" de san Juan de la Cruz: "mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura".
La Liturgia de hoy es de alabanza, de júbilo, de fiesta.
Con razón el Oficio es el festivo.
Anotamos una simple curiosidad litúrgica en honor de la Iglesia de Francia que ama a la Madre de Dios y contempló con enorme tristeza el incendio de la histórica catedral: hoy se celebra la dedicación de Notre-Dame de París.
Este año se proclama el texto de Sofonías: la "hija de Sión" es prototipo de la Madre de Dios, que cual arca de la Alianza, se traslada junto a su pueblo.
La "hija de Sión, Jerusalén, la esposa", son sólo figuras de María: ella es el verdadero templo de Dios, que lleva en su seno al Verbo de Dios hecho hombre, el Emmanuel.
El "cántico de Isaías", un Salmo fuera del salterio, intensifica el mismo tema y anticipa el gozo del "Magnificat".
Con ese trasfondo Lucas escribe el relato.
La Visitación es casi la liturgia del Arca.
El grito de Isabel, el gozo en el Espíritu Santo, Juan que en el seno de su madre ya tiene prisa para ser el precursor, el abrazo exultante de las dos mujeres… todo como símbolo del encuentro entre la antigua y nueva Alianza.
Los títulos marianos: "la Madre de mi Señor y la bienaventurada en la fe".
La Iglesia se asocia a María en el cántico del "Magnificat", éxtasis de la alabanza y de la humildad de la "sierva" de Dios.
El "Magnificat" ha sido llamado con razón "éxtasis del corazón", "éxtasis de la humildad" y "éxtasis del amor y de la alegria".
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