Aunque
sólo este Domingo lleve su nombre, todos los Domingos del Año litúrgico son
Domingos de la Trinidad.
En
este sentido, es un Domingo ejemplar.
La
Resurrección de Cristo nuestro Señor ha manifestado la gloria de la Trinidad de
Dios: el Padre ha glorificado al Hijo en el amor del Espíritu Santo.
La
Iglesia católica cada Domingo glorifica a Dios Uno y Trino, subsistente en tres
personas.
Pentecostés,
al coronar el misterio cristológico, clausura en cierta manera el
acontecimiento pascual.
Desde
ahora cada Domingo trata de actualizar "el día del Señor" en su
triple dimensión de fe, esperanza y caridad.
Al
mismo tiempo, la Iglesia se reconoce a sí misma y en cada asamblea, como una
comunidad de creyentes "reunida en la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" (LG 4).
La
solemnidad de la Santa Trinidad encierra en sí misma una doxología de la salvación
ya consumada y prometida.
Con
razón la antífona de introducción de la Misa empieza con un solemnísimo
"Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".
La
fiesta se impuso a occidente por causa de los invasores germánicos que
invadieron la Galia, España y el norte de África.
El
arrianismo con llevaba el adopcionismo.
De
ahí la necesidad de una festividad que celebrase y profesase la perfecta unidad
trinitaria y la perfecta igualdad de las tres personas, véase el antiguo
Prefacio de hoy.
Primero
tuvo un carácter votivo y a partir de la influencia de los benedictinos
cluniacenses se impuso el año 1334 por el Papa aviñonense, Juan XXII.
Sería
un error suponer que se trata de una solemnidad abstracta o una mera lección
dogmática.
Se
trata de vivenciar el Bautismo que hemos recibido en el nombre de la Trinidad;
también del origen, y al mismo tiempo, destino trinitario de la comunidad
eclesial.
La
Liturgia hoy se manifiesta más que nunca como una "Liturgia
adorante".
Todos
debemos interiorizar el misterio trinitario en la vida cristiana, en la
oración, en el apostolado y en la caridad.
La
Eucaristía de hoy es obra de toda la Trinidad: "totius Trinitatis".
El Deuteronomio, en la primera lectura, proclama la unicidad del Dios de Israel: "El Señor es el único Dios".
Un
Dios al mismo tiempo compasivo y liberador. Israel es el garante de la fe en el
Dios único.
El
sentido trinitario del Salmo 32 fue descubierto en la predicación antigua:
insinúa ya la Trinidad cuando habla de "la palabra del Señor que hizo el
cielo y del aliento de su boca".
La
asamblea canta con gozo: "Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como
heredad".
La
Iglesia será siempre posesión del Señor ya que en ella está el Señor:
"Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo".
Así
termina el Evangelio de Mateo, cuyo final hoy se proclama, extrañamente puesto
que estamos en el ciclo B.
El
Dios Único de Israel se ha manifestado finalmente como el que ha dado
"todo el poder, en el cielo y en la tierra", a su Hijo glorificado.
Que
permanecerá siempre en la comunidad eclesial con la presencia del Espíritu.
De
esta manera permanecerá con ella hasta el final de los tiempos.
La
comunidad debe "ir" y "hacer discípulos" a todos los
pueblos.
Será
una comunidad de discípulos misioneros que bautizará a los discípulos "en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
El
nombre único de Dios se ha revelado como misterio trinitario sin dejar de ser
esencia única y jamás divisible.
La
predicación de hoy debe insistir en la condición de los bautizados en el nombre
de la Trinidad, en la consagración trinitaria por el Bautismo.
Así
se recalca en la Epístola: el Espíritu nos eleva a la condición de hijos de la
familia divina y coherederos con el Hijo muy amado del Padre.
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