En el
evangelio de San Lucas (1, 46-56) encontramos el cántico del Magnificat que se
reza todos los días en las vísperas. En su primera parte se halla la más
grandiosa exaltación de la “humilde esclava”. Dios ha querido que la misma
Virgen María inspirada por el Espíritu Santo, alabe al Señor proclamando las
grandezas que el Altísimo ha realizado en su Ser; y en la segunda parte exulte
su poder misericordioso:
«Engrandece
mi alma al Señor
y mi
espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque
ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por
eso desde ahora
todas
las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque
ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo
es su nombre
y su
misericordia alcanza de generación en generación
a los
que le temen.
Desplegó
la fuerza de su brazo,
dispersó
a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó
a los potentados de sus tronos
y
exaltó a los humildes.
A los
hambrientos colmó de bienes
y
despidió a los ricos sin nada.
Acogió
a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
-como
había anunciado a nuestros padres
– en
favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»
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