Curiosamente, el momento
sublime en la vida de Pablo VI, cuando grita a María “Madre de la Iglesia”,
acaba en oración. Y en esa oración que comienza “Virgen María, Madre de la
Iglesia”.
Toda consagración es a Dios,
y nos consagramos mediante la Virgen María. En el fondo, la única consagración
auténtica es aquella de nuestro Bautismo.
Santa
María,
Admiración
y gozo de los ángeles,
Obra
maestra de Dios,
Dulce
Madre de la humanidad redimida,
Hija
excepcional de la humanidad,
Eterno
femenino en su cumbre,
Figura
de dulzura y de belleza,
Flor
de la humanidad redimida,
La
más bella figura de mujer,
Síntesis
de toda la humanidad redimida,
Espejo
de la luz divina,
Espejo
ideal de belleza y de bondad,
Vértice
y figura de la Iglesia,
Rostro
lleno de gracia, ruega por nosotros.
A tu
Corazón Inmaculado
encomendamos
el género humano.
Condúcelo
al conocimiento
del
único y verdadero Salvador, Cristo Jesús.
Concede
a todo el mundo la paz en la verdad,
en la
justicia, en la libertad y en el amor.
Haz
que toda la Iglesia
pueda
elevar al Dios de las misericordias
un
majestuoso himno
de
alabanza y agradecimiento,
pues
grandes cosas obró el Señor en ti,
clemente,
piadosa, dulce Virgen María.
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