Con
gran acierto, el Papa Francisco ha elevado la memoria de santa María Magdalena
al rango de fiesta.
Ella
es el primer testigo de la Resurrección y la tradición de Occidente la llama
"apostola apostolorum" y la del Oriente "isapóstolos",
"igual a los apóstoles".
El
Papa ha enriquecido la eucología con un Prefacio propio.
La
Misa y el Oficio Divino están impregnados de la alegría pascual.
Más
allá de los problemas de identificación con las diversas mujeres que en la
"sinopsis" y en el IV Evangelio llevan el nombre de María, queda
claro que ella fue testigo de cerca de la pasión y sepultura del Señor, así
como también de la gloria de su Resurrección.
La
fe, en el Nuevo Testamento, es recibida y divulgada principalmente por las
mujeres, tanto en el advenimiento del Mesías, Isabel, la Bienaventurada Virgen
María, Ana, como en la pasión, muerte y Re- surrección de nuestro Señor.
Las
mujeres, fieles hasta el final, en contraste con los discípulos que lo
abandonaron.
Entre
ellas, y la primera, María Magdalena.
Ella
inicia una lista innumerable de mujeres que aparecen en el Nuevo Testamento y
que siguen en la vida y en la historia de la Iglesia.
Ellas,
junto, y de manera particular y única, con la Bienaventurada Virgen María, se
convierten en un paradigma del seguimiento de Jesús y recuerdan que la Iglesia
es "esposa y madre" (Papa Francisco, homilía del 21 de mayo de 2018
en la capilla de Santa Marta).
Celebramos
con alegría, el gozo pascual, la fiesta de santa María Magdalena, que buscó y
amó al Señor y contempló la belleza de su rostro.
La
epístola es muy adecuada: María Magdalena, que sólo cede en gloria a la Madre
de Dios, conoció a Cristo en su humanidad glorificada; si lo conoció en la
carne, ahora ya no lo conoce más así, sólo lo puede conocer glorificado en su
Resurrección.
Para ella,
Cristo ya no es el Maestro que contempló crucificado y sepultado, ahora para
ella es "el Señor", que ha visto Resucitado.
La
Resurrección del Señor es para María Magdalena, como para toda la Iglesia, un
cambio abrupto e inimaginable.
De
repente, todo ha cambiado: "Él vive".
El
Salmo 62, "Oh Dios, tú eres mi Dios" expresa el deseo de la Esposa,
la Iglesia, que quiere contemplar el rostro del Esposo, su Señor.
El
primer verso del Salmo, "por ti madrugo", evoca el claroscuro de la
madrugada de Pascua, cuando María Magdalena va al sepulcro.
Es
allí donde el Señor la llama por su nombre y ella lo reconoce.
El
Resucitado la insta a no retenerle, porque, subiendo al Padre, él ya pertenece
a todos, pertenece a sus hermanos, es la única vez que el Señor llama a los
discípulos "hermanos".
A
ellos debe ir a anunciar lo visto y lo dicho por el Señor. Así ella se
convierte en "apóstol de los apóstoles", "apostola
apostolorum", la primera en anunciar a Cristo Resucitado.
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