En la inauguración de las sesiones del Sínodo de obispos de 1999, cuando la
Iglesia se preparaba para el comienzo
del tercer milenio, el Sumo Pontífice San Juan Pablo II la declaró "Patrona
de Europa", junto a Santa
Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, queriendo colocar tres figuras femeninas junto a los tres patronos,
Benito, Cirilo y Metodio, a fin de subrayar
el papel que las mujeres han tenido, y tienen, en la historia eclesial y civil del continente.
Santa Brígida de Suecia fue una mística, teóloga y escritora medieval.
Monja y peregrina al mismo tiempo.
Murió en Roma el 1373.
Es fundadora de la Orden del Santísimo Salvador.
"Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero
no soy yo, es Cristo quien vive en mí".
Santa Brígida comprendió por amor y por contemplación estas palabras de san Pablo.
Las hizo realidad en su vida y las expresó en sus
escritos.
Son fruto de las visiones de amor.
Su vida quedó marcada por la Cruz de Cristo en la desposesión de todo lo suyo, en la caridad y en
la libertad de la profecía.
Así "permaneció
en su amor", ver el Evangelio,
a través de una azarosa vida, donde sobresalen
sus grandes peregrinaciones: a Santiago,
a Roma para venerar el sepulcro de los apóstoles, y a los "loca
sancta" de Jerusalén.
Ella sabía que aquel recorrido, en el fondo, era toda su vida entendida como un peregrinaje hacia Dios.
Vivió como sarmiento injertado en
la Vid del Señor, su santa Cruz, y
dio fruto.
Un fruto que perdura en la Iglesia.
Los sarmientos que no dan fruto "se separan y se queman"
como un resto inservible, pero los
sarmientos que dan fruto el Señor "los
poda para que den más fruto": son las purificaciones del alma y la participación en la Pasión de Cristo.
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