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lunes, 19 de septiembre de 2022

XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LUNES DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa: Prov 3, 27-34; Sal 14, 2-3a. 3bc- 4ab. 5; Lc 8, 16-18

 

La luz de la fe lo ilumina todo, lo de  dentro y lo de fuera.

La fe auténtica jamás se esconde ni se disimula porque  brilla en el centro del corazón.

La fe del  cristiano, como "iluminatio", participa de la luz de Cristo, la cual no tiene reverso.

Es luz pura.

El amor entregado oculto, sin  publicidad, sin buscar el reconocimiento, es conocido por Dios y será revelado,  a veces incluso para sorpresa de uno mismo, al final del tiempo, a semejanza   de la muerte oculta de Jesús, que, después de la Resurrección, será predicada  a todos.

La expresión de Jesús "A ver si   me          escucháis    bien"   quiere decir:   "Oídme desde la obediencia de la fe", una fe vivida.

 

MARTES DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

SANTOS ANDRÉS KIM TAEGON, presbítero, 

PABLO CHONG HASANG, y compañeros, mártires

 

Memoria de los santos Andrés Kim Taegon, presbítero, Pablo Chong Hasang y compañeros, mártires en Corea.

Se veneran este día, en común memoria, todos los ciento tres mártires que   en aquel país testificaron intrépidamente  la fe cristiana, introducida fervientemente a inicios del siglo XVII por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros, la   Iglesia de Corea es una Iglesia fundada por laicos.

Todos estos atletas de Cristo, tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea († 1839- 1867).

Andrés Kim era un joven sacerdote  que, habiéndose ordenado en Sangai fue martirizado justo un año y medio después, el 1846, a la edad de 25 años: es el  primer sacerdote coreano.

Pablo Chong  Hasang era seminarista.

Que la celebración de esta memoria sea signo de comunión y de oración por las Iglesias de Asia.

                                                                          

Misa: Prov 21, 1-6. 10-13; Sal 118, 1. 27. 30. 34. 35. 44; Lc 8, 19-21

 

Alguien se da cuenta de la visita de la  madre de Jesús y de sus familiares y exclama: "Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte".

Como gritando: "¡Abrid paso!".

San Agustín escribe: "Así, Jesús, indica el parentesco espiritual que   los incluye en el pueblo que ha sido rescatado. Sus hermanos y sus hermanas son los hombres y las mujeres santos que participan con Él en la herencia celestial. Su madre es la Iglesia entera, porque ella, por la gracia de Dios, engendra los miembros de Cristo, es decir, a los que le son fieles. Su madre es también cada   alma santa que cumple la voluntad de su Padre y cuya caridad fecunda se manifiesta en aquellos que ella engendra para Él, hasta que Cristo quede formado en ellos (cf. Gál 4,19)". (Sobre la santa virgi- nidad, 5)

 

MIÉRCOLES DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

SAN MATEO, apóstol y evangelista

 

Una tradición antiquísima atribuye a  Leví, hijo de Alfeo, también de apodo Mateo, la autoría del primer Evangelio.

Mateo es un nombre "teofórico" que significa precisamente "don de Dios".

Vivía en       Cafarnaúm, donde ejercía de recaudador de impuestos y allí fue llamado por el Señor y agregado a los apóstoles.

Su nombre aparece en la lista de los apóstoles en  la Sinopsis.

Se nombra a sí mismo como     "Mateo, el publicano" (Mt 10,3).

Presente  en la primera Iglesia de Jerusalén y antes de la dispersión, escribe una primera     versión del Evangelio en lengua hebrea, siendo el primero de los cuatro, tal como lo atestigua Papías, obispo de Hierápolis, citado en la "Historia Eclesiástica" por Eusebio: "Mateo ordenó (compuso) las palabras (logia) del Señor en lengua hebrea, y cada uno las interpretó (tradujo) luego     como pudo".

Su Evangelio fue escrito en  arameo y dirigido sobre todo a los judíos.

De hecho, los críticos más entendidos piensan que la Iglesia primera de Jerusalén tenía escritos en lengua hebrea, hacia el año 35 dC y siguientes, con palabras y hechos del Señor.

Más tarde se confeccionó el Evangelio según San Mateo que  conocemos ahora, en uso ya antes del 65 dC.

El Evangelio es obra de alguien versado en las Escrituras y destinado, sin  ninguna duda, a cristianos procedentes de la fe de  Israel.

San Ireneo de Lyon da este dato: "Mateo, después de haber predicado a los hebreos, publicó también en su lengua un escrito evangélico, mientras que Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la Iglesia". (Adversus haereses III,1,1).

Las tradiciones sobre las posteriores obras evangelizadoras de Mateo son inciertas.

Lo más seguro es que desarrolló    su actividad misionera en Israel, predicando a los judíos para convertirlos a Jesucristo.

Las palabras de "miserando atque  eligendo", presentes en la homilía de san Beda el Venerable, que se lee en el Oficio, tienen una importancia especial en la biografía del Papa Francisco, que las escogió como divisa episcopal

 

Misa:Ef 4, 1-7. 11-13; Sal 18, 2-3. 4-5; Mt 9, 9-13

 

En el Evangelio aparecen los verbos de la divina vocación: Jesús "pasó, vio y llamó".

En este caso, las dos últimas acciones recaen sobre la persona del   publicano Leví, Mateo.

Jesús lo llamó a      formar parte del grupo de los Doce.

Lo decisivo no es un pecador perdonado, sino un pecador llamado a ser apóstol: éste es realmente un gesto divino, grandioso en misericordia y confianza.

El perdón de Dios está al inicio de todas las          posibilidades de la vida, mucho más aún en la vida de la Iglesia.

Leví obedece de manera incondicional a la llamada del Señor y le sigue.

Para celebrarlo, organiza un banquete donde congrega a un gran número de pecadores y publicanos ,      como él, y Jesús ocupa el lugar central.

Los fariseos se dirigen a los discípulos del  Señor recriminando que Jesús se sentara a la mesa con este tipo de gente.

El Señor les dice que el Médico, divino, ha venido para sanar y curar a los que tienen necesidad de curación y de salvación, no como ellos, y cita solemnemente al         profeta: "Misericordia quiero y no sacrificio" (Os 6,6).

Eso es lo que deben aprender: que Dios no exige nada fuera de uno mismo, sino el propio corazón.

La misericordia, éleos, "hemed", es la participación   en el amor subsistente de Dios.

La llamada de Jesús a Leví  fue para él un don de misericordia.

En la primera lectura, Pablo nos dice que los ministerios que participan de la apostolicidad,  "apóstoles, maestros, evangelistas, pastores y doctores", son don del  Espíritu Santo en función de la edificación del cuerpo de Cristo, la Iglesia, y en vistas a la plenitud de la obra de Cristo Salvador.

El Salmo 18, "El cielo proclama la gloria de Dios", con la respuesta "a toda       la tierra alcanza su pregón", la Liturgia la aplica a los apóstoles: así fue predicado   por san Agustín.

En el "aleluya" se canta el verso del "Te Deum": "A ti te ensalza el coro glorioso de los apóstoles".

 

JUEVES DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa: Ecl 1, 2-11; Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17; Lc 9, 7-9

 

El texto expresa lo desconcertante   que era Jesús para sus coetáneos, pues no era un profeta más, era el profeta por excelencia.

Y es que sólo hay un Evangelio en tres formas: un Evangelio  profetizado, un Evangelio proclamado y      un Evangelio predicado.

Herodes "tenía        ganas de ver a Jesús", pero para "ver" al Maestro de Galilea hay que creer en Él.

San Ireneo escribe: "El hombre por  mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la        inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios" (Contra las herejías, libro IV, 20,4-5).

 

VIERNES DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

SAN PÍO DE PIETRELCINA, presbítero

 

Pío de Pietrelcina, de la Orden Menor de los Frailes Capuchinos, fue agraciado con grandes carismas místicos interiores que se reflejaban exteriormente  en su cuerpo; entre ellos, destacan los       estigmas de la Pasión de Cristo y el  don   taumatúrgico.

Su vida fue un reflejo vivo   del  carisma de san Francisco de Asís.

Su espacio vital se estableció durante toda su vida entre el altar y el confesionario.

Se distinguió por el conocimiento de espíritus, el discernimiento espiritual y una exigencia que llevaba siempre al gozo de la conversión.

La devoción a San Pío promueve el amor       a los pobres y una vida de oración muy intensa.

Murió en San Giovanni Rotondo (Apulia) el año 1968.

¿De dónde le viene  la santidad a este fraile?

¿De sus estigmas? No, de su unión e identificación con Cristo en la pobreza, la penitencia y el amor a los que sufren.

A su canonización, en 2002, asistió una multitud ingente de fieles, como no se había visto nunca.

Los pequeños del Reino saben  reconocer a sus pastores: aquellos que se muestran dispuestos a escuchar con entrañas de madre.

 

Misa: Ecl 3, 1-11; Sal 143, 1b y 2abc. 3-4; Lc 9, 18-22

 

El rostro seguramente trasfigurado  de Jesús en oración es el marco de la confesión de fe de Pedro según Lucas.

No únicamente su Palabra, no únicamente los prodigios que realizaba, sino también su oración manifestaba que Jesús vivía sumergido en el Espíritu.

Cristo, según la teología católica, poseía la visión inmediata de Dios: La fe que Pedro confesó motivó el anuncio de la Pascua.

El destino de la naturaleza humana es la  muerte, pero la muerte del "Hijo del hombre" será una muerte de amor: rechazado  por todos, será resucitado, en el sentido de reivindicado, por el Padre, en cuyas       manos morirá (23,46).

Por tratarse de la  muerte del Hijo amado de Dios, hay  necesariamente un principio de Resurrección.


SÁBADO DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa: Ecl 11, 9-12, 8; Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17; Lc 9, 43b-45

 

Hay una falta de inteligencia por  parte de los discípulos: ni comprendían ni podían comprender,  pon gámonos en su lugar.

En medio del éxito popular alcanzado Jesús anuncia su  último destino: ser entregado.

Con esas  palabras la vida del Señor se desplazaba  al día de su muerte.

No podían entender aquel lenguaje: "no cogían el sentido".

Lo curioso es que no se van: continúan junto a Él.

Quizá presentían que la vida  del Maestro no se definía por el presente, lo que veían y escuchaban, sino por un futuro incierto, significado por la obediencia plena al Padre.

La Cruz es      inevitable en la vida cristiana, siempre está presente.

Significa el dolor ofrecido por amor.

 

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