La profecía de Amós sitúa fuera de la Alianza a los hombres corruptos y
deshonestos que tratan a los pobres como una
mercancía.
En el Evangelio se proclama una parábola
sorprendente.
Su interpretación no es fácil.
Hay que escucharla como un enigma a descifrar.
La clave de interpretación
son estas palabras: "Ganaos amigos con el dinero
de la iniquidad, para que, cuando
os falte os reciban en las moradas eternas".
Estos amigos, sin lugar a duda, son los pobres, y las moradas eternas son el cielo de Dios.
Es como decir:"Imitad a este administrador;
sed amigos
de los que un día,
cuando os encontréis en necesidad, os acojan".
Su calculada astucia
radica en que, cuando sea despedido, encuentre acogida en casa de los deudores, a los que ha perdonado parte de
lo que estos debían a su dueño.
Estos amigos poderosos, se comprende, son los pobres, ya que Cristo considera dado a Él en persona aquello que se da al pobre.
"Los pobres, decía San Agustín, son, si lo
deseamos, nuestros mensajeros": nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes a la morada que se está construyendo para nosotros
en el más allá.
El Señor, es evidente, no alaba el arreglo del administrador injusto,
sino su astucia, y llega a esta conclusión: "Los hijos de este mundo
son más astutos
con su propia gente que los hijos de la luz".
El Señor invita a la sagacidad que hay que tener para recibir el Reino de Dios,
y proclama el valor relativo
del vil dinero,
y claramente advierte: "No podéis servir a Dios y al dinero". Las riquezas
y Dios se excluyen mutuamente,
"oración y regalo no se
compadecen", decía santa Teresa de Ávila.
La palabra que usa para nombrar dinero, "mammona", es de origen fenicio y evoca seguridad
económica y éxito en los negocios.
Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo
al que se sacrifica todo para conseguir el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el
verdadero dios de la persona.
Por tanto, hay una decisión fundamental escoger entre
Dios y las riquezas.
Hay que optar entre la lógica del lucro, como
criterio último de nuestra actividad, y la lógica del compartir
y de la solidaridad.
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