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domingo, 18 de septiembre de 2022

PARÁBOLA DEL ADMINISTRADOR TRAMPOSO

 

La profecía de Amós sitúa fuera de la Alianza a los hombres corruptos y deshonestos que tratan a los pobres como una mercancía.

En el Evangelio se proclama una parábola sorprendente.

Su interpretación no es fácil.

Hay que escucharla  como un enigma a descifrar.

La clave de interpretación son estas palabras: "Ganaos amigos con el dinero de la iniquidad, para   que, cuando os falte os reciban en las moradas eternas".

Estos amigos, sin lugar a  duda, son los pobres, y las moradas eternas son el cielo de Dios.

Es como decir:"Imitad a este administrador; sed amigos           de   los   que un día, cuando os encontréis en necesidad, os acojan".

Su calculada astucia radica en que, cuando sea despedido, encuentre acogida en casa de los deudores, a los que ha perdonado parte de lo que estos debían a su dueño.

Estos amigos poderosos, se comprende, son los pobres, ya que Cristo considera dado a Él en persona aquello que se da al pobre.

"Los pobres, decía San Agustín, son, si lo deseamos, nuestros mensajeros": nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes a la morada que  se está construyendo para nosotros en el  más allá.

El Señor, es evidente, no alaba el arreglo   del administrador injusto, sino su astucia, y llega a esta conclusión: "Los hijos de este mundo son más astutos con su propia   gente que los hijos de la luz".

El Señor invita a la sagacidad que hay que tener para recibir el Reino de Dios, y   proclama el valor relativo del vil dinero, y claramente advierte: "No podéis servir a  Dios y al dinero".  Las riquezas y Dios se excluyen mutuamente, "oración y regalo no se compadecen", decía santa Teresa de Ávila.

La palabra que usa para nombrar dinero, "mammona", es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios.

Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo para conseguir el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de  la persona.

Por tanto, hay una decisión  fundamental escoger entre Dios y las riquezas.

Hay que optar entre la lógica del lucro, como criterio último de nuestra actividad, y la lógica del compartir y de  la solidaridad.

 

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