En un Carmelo
frío y poco soleado de
Normandía, en Lisieux,
moría el 30 de septiembre del año 1897, Thérèse de l’Enfant
Jésus et de la Sainte Face.
Tenía veinticuatro años y si por obediencia no hubiese escrito
los "Manuscritos autobiográficos", donde narra sus recuerdos
familiares y su itinerario espiritual, a buen seguro hubiera permanecido en el anonimato
más absoluto.
La recopilación de aquellos
sus escritos, titulados
entonces "Historia de un alma", se divulgó extraordinariamente y fue traducido a
muchos idiomas.
Conservamos parte de su epistolario y poesías, himnos
y recreaciones piadosas, pequeñas obras teatrales, que escribía como obsequio para las herma nas religiosas en diversas efemérides y celebraciones comunitarias.
Santa
Teresita, como se la conoce familiarmente en nuestras tierras, nos
enseña el "Caminito de la infancia espiritual",
esto es: el de la confianza
ilimitada, llena de audacia
amorosa,en el Padre del cielo, y el del gran valor de las cosas de cada día, del momento presente.
"Sólo tengo
hoy para amarte, Señor", leemos en una de
sus poesías (PN 5, 1 de junio 1894).
En
ella todo
es simple y realista: la vida, la oración, la caridad.
Von Balthasar no dudará en sostener que su vida fue una "existencia
teológica".
Minada por
una terrible tuberculosis, inmersa en la
"noche de la fe", llena
de sufrimientos, con una caridad escondida y heroica, rodeada de sus hermanas de comunidad, murió apretando fuertemente entre sus manos el crucifijo
de su profesión religiosa.
Sus últimas palabras fueron, mirándolo: "Je l’aime, ô mon Dieu,
je vous aime", "¡Oh!, ¡le amo!...
Dios mío... te amo...".
Así
se consumió y
fue toda su
vida: una
"Ofrenda al amor misericordioso" de Dios, título de una oración
suya conocida y recitada mundialmente.
En
su última carta
había escrito:
"No muero, entro en la vida".
Sus hermanas de comunidad se dan cuenta entonces que han convivido con una santa: a raíz de la publicación de sus escritos, se sucede "el huracán de gloria".
Soldados de la I gran guerra llevan una estampa o medallas suyas en el campo de batalla, tanta es su irradiación espiritual y la certeza de su protección desde el Cielo,
con su promesa de una "lluvia de rosas".
Pío XI la llamó "Estrella de mi pontificado" y la canonizó
en 1925.
Es Patrona de las
misiones, sin haber salido nunca de la
clausura, y Doctora de la Iglesia, san Juan
Pablo II le concedió el título de "Doctor amoris".
Para una incontable multitud de personas, creyentes o no, Teresa
del Niño Jesús es una amiga,
una hermana: muchas de ellas viven la fe acompañadas por su presencia fraterna y su guía interior.
¿No
es ésta la
"comunión de
los santos" que proclamamos al recitar el Credo?
Misa:
Job 42,
1-3. 5-6.
12-17; Sal 118,
66. 71.
75. 91.
125. 130;
Lc 10, 17-24
Los discípulos no debemos alegrarnos o entristecernos por el éxito o fracaso
de la misión, sino porque nuestros nombres "están inscritos en el cielo",
en Dios.
Sólo Jesucristo, con su muerte victoriosa, ha expulsado del cielo a Satanás: sólo el Cordero de Dios
"ha vencido " (Ap 5,5-14).
En el nombre de Jesús,
y no en el propio,
se posee la potestad de pisotear todo el ejército
del enemigo, "ser- pientes
y escorpiones".
Jesús se alegra con
sus enviados y en el Espíritu Santo, proclamando el himno del gozo mesiánico: "Te doy gracias, Padre".
Surge también una nueva bienaventuranza en sus labios: los discípulos son felices porque
han visto y han oído el icono
de Dios, la humanidad
de Jesús, y han escuchado al Logos de
Dios.
Los cristianos también
vemos en el Sacramento al Señor y escuchamos las Palabras
de Dios en la Escritura: participamos de esa dicha.
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