Aunque faltan
días para la Navidad, el jaleo ya ha empezado y, como si fuera una fatídica
maldición del calendario, llegan en tropel sus detractores, todos ellos
dispuestos a matar la maléfica tradición cristiana, so pena de no ser
progresistas. Es así como proliferan los comentarios contra la tradición
católica en las esquinas de lo público, se guillotina al pesebre con
“innovaciones” que parecen engendros infumables, y los hay que aseguran que la
Navidad es un atentado a la multiculturalidad. Es decir, llega la Navidad y con
ella, como en el anuncio, vienen a casa los fastidiosos justicieros de la
laicidad.
Con ellos, si me
permiten, llega mi artículo, que también es como el turrón, quizás porque mi
amor por estas fechas es público y desinhibido.
Además,
casi se ha convertido en un ritual personal, y los rituales, como aseguran los
ingleses, son sagrados. Ritualizada, pues, aquí está mi defensa de la Navidad,
del pesebre con pastoret y caganer, de los villancicos tradicionales y de la
gran fiesta familiar que palpita a su alrededor. Primero, porque dos mil años
de cultura no se pueden tirar por la borda por decreto, ni se puede jugar con
las tradiciones ancestrales con tanta frivolidad. Si algo ha demostrado nuestro
siglo es que se puede ser creyente, agnóstico, ateo o seguidor del culto a la
col pero ello no impide celebrar unas fiestas ancestrales que conforman el ADN
de nuestra identidad colectiva. Además, el espíritu católico que encierra la
Navidad, más allá de su trascendencia religiosa, es un compendio de valores
civiles que sería bueno que nos inspiraran un poco más. ¿Dónde está la maldad
de apelar al amor, a la empatía con el prójimo, al compromiso social, a la
familia? Muy al contrario, parecen valores muy necesarios en plena crisis
social, pero los hay que defienden el proselitismo político pero no aceptan los
altos ideales del legado cristiano.
Y,
finalmente, la defensa de la identidad católica como clavo ardiente al que
cogernos, en estos tiempos tan confusos. Si destruimos alegremente todas nuestras
identidades, sin tener ninguna red que nos proteja, nos quedaremos a la
intemperie y ni sabremos de dónde venimos ni quiénes somos. Por supuesto, la
crítica a los abusos históricos de la Iglesia, en tanto que poder establecido,
son pertinentes y necesarias, pero ello no tiene nada que ver con el
menosprecio sistemático a las tradiciones católicas. Personalmente soy
agnóstica, de tradición católica, y esa dualidad no sólo no es incongruente
sino que me completa como persona. Y, sobre todo, explica mis orígenes y da
sentido a mi identidad. La Navidad no sólo es una fiesta religiosa, es,
también, un homenaje a la familia y a los valores que engloba. De manera que,
si me permiten, que saquen sus patas de la Navidad todos estos justicieros.
Y, por favor, dejen de
asustar a los niños con esos engendros de pesebre.
Pilar Rahola
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