Esta
vez la figura figurativa del Antiguo Testamento es la Sabiduría que invita, en
la primera lectura al banquete que ha preparado, cuando “ya ha mezclado el vino
y puesto la mesa”.
Ha
preparado el pan y el vino e invita a que coman.
La
Sabiduría de Dios, que es Jesucristo, invita también al banquete, en el cual es
el Pan vivo bajado del cielo y a beber su Sangre.
Serían
necios lo que no lo aceptasen, ya que tendrían vida, una vida que es eterna que
supera infinitamente la vida temporal.
Ante
la insensatez de un hombre que quiere darse como alimento para los demás hay la
locura del amor de Dios que ha querido que su Hijo se entregará para la vida
del mundo.
La
Eucaristía de la Iglesia siempre será́ el memorial vivo de esta donación.
Cristo
se entregó́ una vez para siempre en su propio cuerpo, pero se da
sacramentalmente, infinitamente en la Eucaristía.
Los
que reciben el Sacramento “vivirán en Él y Él en ellos”, como también “vivirán
por Él” como Él vive por el Padre.
Se
repite el mismo Salmo que el Domingo pasado, ya que el Salmo 33 es el Salmo de
comunión por excelencia en todas las Liturgias sólo por esas palabras: “Gustad
y ved que bueno es el Señor”.
A
la invitación de la Sabiduría de Dios hay que responder con alabanza, con los
cánticos inspirados por el Espíritu, que dice san Pablo en la segunda lectura.
Hoy
la homilía de manera mistagógica debe ser una catequesis sobre la Eucaristía.
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