El conocido "discurso apocalíptico de Marcos" en realidad es la conversación confidencial del Señor con cuatro de sus apóstoles, Pedro, Juan, Santiago y Andrés, en el monte de los Olivos a la vista del templo de Jerusalén (Mc 13,3).
El fragmento del Evangelio que se proclama es la parte central donde se anuncia la venida gloriosa del Hijo del hombre, con gran poder y gloria.
Utilizando el lenguaje apocalíptico muy en boga en tiempos de Jesús, se dice que antes de su venida habrá un cataclismo en los astros del cielo, en realidad es una cita de Isaías.
Con estas imágenes los profetas anunciaban un mundo nuevo y, seguramente, se referían a los poderes temporales.
Si la luz del sol, de la luna y de las estrellas se extingue quiere decir que sólo la luz del Señor resplandecerá por toda la Tierra.
Después de la gran angustia de la Historia, la de todas las generaciones y la presente, todos verán al Hijo del hombre que viene sobre las nubes, que significan la gloria de Dios y el Espíritu Santo.
Extrañamente, no vendrá a juzgar, sino a reunir a través de sus ángeles "mensajeros" y desde todos los confines de la tierra a los "elegides" para formar la asamblea de los salvados por Dios.
Estos "elegides" son los redimidos, también los pobres de la tierra.
A pesar de que el Leccionario traduce en futuro, el original está en presente de indicativo: "el Señor es el que viene".
La asamblea eucarística anticipa la convocación última de los hijos e hijas de Dios y el Señor viene siempre en cada asamblea en la humildad de sus sacramentos.
Jesús, para explicar estos misterios, se sirve todavía de una parábola: la de la higuera que, con sus ramas tiernas y sus yemas brotando, anuncia la llegada del verano.
Así también los discípulos deberán interpretar los signos de la historia, sabiendo que el Señor está cerca, a la Puerta, sólo hay que abrirla.
Lo más decisivo es que las palabras del Señor permanecen más allá del mundo, también de nuestras existencias, como promesa y salvación.
Las palabras del Señor son imperecederas: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
La certeza de esta esperanza está en el sacrificio que Jesús ha ofrecido, único, irrepetible y perpetuo, por los pecados del mundo.
En medio de la tribulación de la historia, la del mundo y la propia, el Señor nos protege y nos enseña "el sendero de la vida", Salmo responsorial.
Una vida que será dada y resucitada según la profecía de Daniel (primera lectura).
La "parusia" del Señor siempre se anticipa en el tiempo: los ángeles enviados a los cuatro vientos para convocar a los hijos e hijas de Dios son los discípulos misioneros de Cristo.
Enlaasamblea eucarística, el Señor viene siempre en la gloria del Espíritu Santo y escuchamos la Palabra que jamás perecerá.
También los sabios que enseñan a muchos la justicia "brillan como el fulgor del firmamento".
De la parusía del Señor no podemos calcular nada, pues ni siquiera el Hijo, en su humanidad, "sabe el día y la hora".