Daban las diez de la noche
del sábado 27 de octubre. El Consejo Nacional de Pastoral Juvenil de la CEE se
reúne en Roma con cuatro jóvenes
auditores del Sínodo: Mariano de Argentina, María José de Venezuela, Lucas de Brasil
e Isaac de Panamá. Entre ellos el cardenal Osoro, secretario del Sínodo y
Carlos Escribano, padre sinodal.
Escuchábamos con qué
ilusión hablaban y cómo les había cambiado la vida. Pensábamos que veríamos
algún día al Papa, decían, para una foto o algo así, pero estaba esperándonos
en la puerta saludándonos uno a uno a todos los jóvenes mientras llegábamos. Y
nos animó a que nos hiciéramos notar en el Sínodo: hagan lío, nos dijo. Así
aplaudíamos cuando nos sentíamos representados o guardábamos un respetuoso
silencio cuando discrepábamos.
Impresionan los gestos del
Papa Francisco. Estuvo presente en todas las sesiones: tres horas y media por
la mañana y las mismas por la tarde. En
la merienda se mezclaba con nosotros y hablábamos.
No se quedó nada en el
tintero, durante el Sínodo hubo cuatrocientas aportaciones sobre los jóvenes,
el discernimiento y la vocación. Se habló de todo con total libertad. En los
círculos menores se debatía y rebatía. Se hacían silencios y se escuchaba al
otro, se buscaban consensos y se hacían más aportaciones. Muchas veces cuando
escuchabas a los jóvenes de la Iglesia martirial (India, Irak, Siria…) pensabas
que lo que tú proponías no era tan importante. Ellos veían morir a sus
familias, amigos, sacerdotes, religiosas, obispos por creer en Cristo. Los
jóvenes de aquellos países no pedían más que paz para poder vivir su Fe. Esto
nos hacía preguntarnos sobre qué es lo verdaderamente esencial.
Cuatrocientas aportaciones
de cuatro minutos cada una era un caos difícil de colocar y parecía que aquello
nos iba a superar. Pero todo fue ordenándose, poco a poco y fue adquiriendo
sentido en el documento final.
Éramos 41 entre auditores y
expertos, de ellos 20 mujeres. Hemos reflexionado también sobre la importancia
de la mujer en la Iglesia que son la mayoría entre los creyentes más activos.
La convivencia con los
padres sinodales nos ha enseñado a ver a los obispos y cardenales muy cercanos,
verdaderamente preocupados por los jóvenes. Era gratificante ver cómo habían
escuchado nuestras palabras y muchas veces nos lo agradecían buscándonos para
hablar con nosotros.
Hemos aprendido que la
iglesia no sólo somos nosotros o los jóvenes de mi nación. Es rica en
experiencias y en matices. Y si debemos quedarnos con una palabra esta es
“sinodalidad”. Esto nos exigirá conversión en todos los planos de la Iglesia:
en los grupos, en las parroquias, en las conferencias episcopales… Tenemos que
trabajar en comunión, con un lenguaje de palabras y gestos cercanos, estando
siempre en salida (esto nos exige plantar nuestra tienda en las periferias), en
una verdadera actitud de escucha y acogida de proyectos y procesos … porque de
hacer un sínodo a vivir la sinodalidad hay un gran tramo que recorrer.
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de la Diócesis de Teruel y Albarracín.
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