La solemnidad del Corazón de Jesús es una celebración y una contemplación de la infinita caridad de Cristo, sacerdote y víctima.
Su corazón es santuario de gracia y de perdón.
Se podría pensar que las solemnidades que vienen después de Pentecostés son simplemente devotas y representan un declive, pero esto sería no reconocer la contemplación litúrgica de la Iglesia que celebra la sobreabundancia del amor de Dios Trinidad, que se da en Cristo y por el Espíritu Santo.
El
Padre nos da el Hijo en la eucaristía, "Corpus", y en su corazón
traspasado, Sagrado Corazón.
Por Él tenemos acceso al corazón del Padre, siempre en virtud del Don de Pentecostés.
Son solemnidades del Señor que celebran lo que conmemoramos cada Domingo y en cada Eucaristía: su Pascua.
Si la solemnidad del "Corpus" se relaciona con el Jueves Santo, la del Corazón de Jesús se relaciona con el Viernes Santo, a manera de prolongación y contemplación de los misterios de Cristo que nos salvan.
Lo último que queda de Jesús en este mundo a manera de icono es su corazón traspasado en la Cruz: un corazón abierto de donde fluyen sangre y agua, Eucaristía y Bautismo.
Esta fuente de amor viva fluye, inagotable, en la vida de la Iglesia.
En su corazón abierto, la humanidad encuentra para sus heridas el consuelo de la misericordia.
El origen, la historia y el contexto de la fiesta del Sagrado Corazón son sumamente interesantes.
La reforma litúrgica revalorizó y perfeccionó la solemnidad.
En el Corazón de Jesús traspasado se evidencia la suprema auto revelación de Dios a la humanidad: "Dios es Amor" (1Jn 1,49).
Jesús ha reparado la humanidad ante Dios, y la Iglesia se une a esta su reparación con la fe, la esperanza y el amor.
Con las obras de la caridad, que procuran la justicia.
No es una evasión de la realidad mediante prácticas devotas, es un fuego de amor que enardece a las almas hasta entregar la propia vida en favor de los más débiles.
En el Ciclo B se ha conservado casi íntegro el esquema litúrgico en su forma más tradicional, del tiempo del Papa Pío IX.
En el Evangelio, el relato de la muerte del Señor según san Juan.
La teología simbólica encuentra en el costado traspasado de Jesús una inagotable riqueza de temas eclesiológicos y espirituales: es el icono del amor salvífico universal y la teofanía definitiva del amor de Dios que salva.
Todo el amor-iniciativa del Padre se nos ha dicho en esta su última-definitiva palabra de amor y de salvación: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo" (San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor nº 99).
Este es "el misterio durante siglos oculto" que se ha revelado, en la plenitud de los tiempos, en la encarnación y en la muerte de Jesús.
El episodio manifiesta al Señor como el Cordero pascual de la nueva alianza: "No romperás ni uno de sus huesos" (Mn 12,10).
Es también el nacimiento de la Iglesia, nueva Eva, nacida del costado del nuevo Adán, según la interpretación común de los Padres.
Una Iglesia que nace y crece por el Bautismo y la Eucaristía.
Es el día de duelo por el "Primogénito", según la profecía de Zacarías (12,9-14), cuando Dios derrama sobre Jerusalén y toda la casa de Israel "un espíritu de gracia y de compasión".
Al mismo tiempo, san Pablo en el fragmento de la carta a los Efesios subraya, con palabras sublimes, la teología salvífica del amor de Cristo.
El "cántico de Isaías" es un Salmo fuera del salterio, en el cual se proclama la alabanza del pueblo, que con gozo saca el agua de las fuentes de salvación.
No olvidemos que este cántico se canta en la Vigilia Pascual.
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